Podríamos decir que el carácter “peculiar” de la banda, y el concepto que aplican a sus shows, hace que uno los deba afrontar con un prisma diferente al resto, donde la inmediatez deja paso a la calidad musical. Y es ahí donde hay que fijarse, disfrutando los momentos donde la banda desarrolla su propuesta musical en las algo más de dos horas que permanecen sobre el escenario, donde todo fluye de forma correcta.
En el otro lado de la balanza, nos encontramos con los momentos donde es inevitable (al menos para mí) la desconexión, los parones entre temas que se alargan por cambio de instrumentos, afinarlos, encenderse un cigarro o hacer comentarios innecesarios sobre otras bandas (en este caso el objetivo fue King Gizzard and The Lizard Wizard por editar muchos discos) o bien no poder tocar más rato porque en la sala hay sesión de discoteca. Todos estos aspectos, restan el dinamismo necesario para la propuesta de la banda.
Pero analizando el cómputo general del show, ese es positivo y altamente disfrutable, donde la banda que se presentó en formato de seis músicos, y marcados por la pauta de Anton Newcombe, tiró de su propuesta más reciente y pico (poco) de su etapa clásica (“Anemone”, “Nevertheless”, etc…). El show fue claramente de menos a más y en su tramo final, se amplió hasta ocho músicos en escena, sonando realmente bien y generando un ambiente perfecto, que decanto la balanza hacia lo positivo.