La legendaria tienda ha anunciado que baja las persianas y a cualquier comprador, pasado o presente, de discos de la ciudad se le ha encogido un poco el corazón.
Cierto que ya hacía años que se encontraba en una lenta pero inexorable decadencia. Y que ya no era nuestra primera -ni la segunda, ni la tercera- opción para adquirir material. Pero, igualmente, sabe mal. Discos Revolver era muy mítica.
Hemos despertado -de un sueño que ya iba pareciendo eterno- a varios de nuestros hombres fuertes con el objetivo de que nos cuenten sus recuerdos sobre la Revolver roja.
Como siempre, todo vale:
OscarFS says
Para mí, Revolver es algo más que una tienda de discos; allí, una buena parte de su staff en la década de los 90 eran directamente buenos amigos, y lo siguen siendo a día de hoy.
Pero dejémonos de “ñoñerías” y desarrollemos alguna situación vivida allí. No está relacionada con la compra de vinilos, sino con la compra de entradas, y no precisamente en la tienda.
Todo el mundo sabe de la importancia que tuvo la pizarra de conciertos; allí podías informarte directamente de los shows que había en la ciudad, y curiosamente, se desarrolló una venta ilegal en el exterior de la tienda. Es decir, los revendedores aprovechaban cuando había tickets agotados para ofrecértelos más caros, o bien más baratos.

En 1992, el Zooropa de U2 aterrizaba en un Palau Sant Jordi preolímpico. Apostaron por dos fechas, y la segunda fue directamente un pinchazo a nivel de público, lo cual generó que muchos de esos revendedores ubicados en Revolver se deshicieran de sus tickets por precios de broma.
Bien, pues servidor, la misma tarde del segundo show, es decir, el 18 de mayo de 1992, se dejó caer por la tienda, y por unas míseras 100 pesetas pasé de la calle Tallers a la Montaña Mágica.

Rifle says
No te voy a engañar. No te voy a contar que mantenia un vinculo con la mitica tienda Revolver. De hecho, he tirado muuucho de memoria y creo que mi ultima compra fue el «Split Your Lip» de Hardcore Superstar en ¡2010!
Sí, antes de eso llenaba mis estanterias con CDs y algunos vinilos. Me gustaba pasarme por Revolver a ver que se cocía. Siempre tenían las relucientes novedades y ofertas llamativas. Ahhh y las entradas de conciertos!!
A parte, también me gustaba pillar los CDs en los puestos de merchan en los conciertos, a modo de recuerdo y apoyo directo a la causa.
Puedo afirmar, tristemente, que he contribuido a la desaparcion de Revolver

MetAln3rd says
No lo voy a negar: siempre fui más de la verde que de la roja. Y a mi colección me remito: el 99% de mis adquisiciones en Discos Revolver fueron en su momento propiedad de la tienda esmeralda. No por nada las mejores ofertas (llámense serie media o rebajados) siempre las he encontrado allí, la mayoría de cds de segunda mano que me han interesado los he comprado allí, y, por extraño que parezca, e incluso una misma novedad podía estar dos o tres euros más barata en la verde que en la roja.
Pero estaría faltando a la verdad si no dijese que cada visita a la tienda de jade era, en realidad, mi segunda visita en un día a Discos Revolver, ya que el ritual estipulaba asomarme siempre antes por su hermana escarlata.
Con tan sólo un 1% de compras realizadas en la tienda que en breve cerrará sus puertas, y con la memoria tan agujereada que tengo, es difícil que recuerde el listado completo de discos que adquirí allí, o anécdotas y hechos dignos de mención. Dudo mucho que me pueda retrotraer más de cinco años atrás en el tiempo… pero allá va todo lo que mi cerebro tiene almacenado de la Roja de Revolver.
Entre la escueta lista de compras puedo mencionar el digipack «Home» (2019) de la banda The Offering, una compra alentada por una buena crítica aparecida en el Popu y un precio imbatible para ser un disco publicado hacía menos de un año (8,90 €), pero que a día de hoy dudo que le haya dado más de un par de escuchas; el debut homónimo de los pamplonicas Green Manalishi (2005) a un precio de risa (5 €), que hallé en la sección de discos nacionales que hay/había en lo más hondo de la tienda -una sección en la que convivían cds de Ketama, Rosario, Gatillazo, Rockzilla o Muchachito Bombo Infierno sin ningún tipo de complejo-. Cosa muy seria, por cierto, el susodicho disco (el de Green Manalishi, digo); su alma mater Txetxu Brainloster sabe bien cómo hacer buenas canciones.

En ese apartado reducto también me topé con dos cds de Uzzhuaïa («Destino Perdición» y «13 Veces por Minuto»), ambos al irrisorio precio de 5 €. Hasta el presente siguen sin ser santo de mi devoción, pero supongo que en el momento de agenciármelos me sentí alentado por las palabras siempre apasionadas que les dedica el jefe de esta web (voz por megafonía: «con todos ustedes: Mr. Sammy»).
Todas estas son compras puntuales y muy espaciadas en el tiempo. La adquisición más copiosa se produjo hará cosa de dos o tres años, aprovechando que un desconocido coleccionista (y añado yo que también popuhead -tenía que serlo por narices, y si no atención a la siguiente ristra de nombres) se deshizo de (parte de) su patrimonio discográfico y yo pasé por allí (dos veces, para ser exactos) para hacerme con los que resultaron de mi agrado.
No recuerdo ahora mismo cuántos cds fueron, ni mucho menos todos los títulos y bandas, pero sí tengo claro que, por ya tenerlos en mi colección, allí se quedaron el «Violent Years» de The Black Halos, el «Hard, Sweet and Sticky» de The Bellrays, alguno de Nashville Pussy, el atómico debut de Towers of London (el incomprendido «Blood Sweat & Towers»), el mejor disco de Supersuckers de largo («The Evil Powers of Rock’n’Roll»), la ópera prima en formato LP de los inolvidables The Chelsea Smiles, y que me maten si, entre tantos otros, no estaba allí también el «No Lunch» de D-Generation. Un popuhead de libro, vaya.

Como ya he dicho, necesité dos incursiones para hacerme con los cds que me interesaban. Recuerdo que en la primera, con las dos manos cargadas de plástico y papel, un pensamiento atravesó mi mente: «chaval, este mes ya has duplicado la cantidad máxima de euros que puedes destinar a la compra de música»; así que, con dolor de corazón, devolví a las cubetas parte de todo ese material que ensuciaba (literalmente) mis dedos de polvo reseco y mugre (nota: en mi kit siempre llevo un paquetito de toallitas húmedas para limpiarme la gloriosa pringue que acompaña a cualquier cacería). Pasaron los días (tal vez sólo horas) y pronto me estaba arrepintiendo de no haber rescatado a todos aquellos cachorrillos.
Total: a la semana siguiente volví a pasarme por la tienda y, sorpresa, nadie se había dignado a comprarlos (¡ni uno solo!). No me preguntes qué cds compré en cada una de las tandas porque soy incapaz de contestarte, ni siquiera me acuerdo del montante total (tampoco demasiado, ya que los precios oscilaban entre los 5 y los 8 napos), pero sí recuerdo que entre los elegidos había obras de Prima Donna, Reverend Horton Heat, Kid Rock, The Turpentines, The Nomads, The Bellrays, The Flaming Sideburns, The Detroit Cobras, The Yo-Yo’s, y quién sabe cuántas más bandas que empiezan por «The».
Entre las anécdotas (por llamarlas de alguna forma) guardo recuerdo de dos, cada una en los extremos del espectro de las emociones humanas. Comenzaré por la de la bajona. Hace tres mil años, con motivo de su cumpleaños, le regalé un cd a una persona muy importante para mí. Dicho cd no fue una compra rutinaria; el artefacto sólo se podía adquirir enviando previamente un email a la dirección electrónica que aparecía en la web del artista, realizar la consiguiente transferencia al número de cuenta bancaria que se me facilitase, y rezar para que la persona que sirve de enlace entre el creador y el consumidor enviase el paquete (y que, además, lo enviase a tiempo, ya que la efeméride del cumpleañero se acercaba peligrosamente).
Para hacer el regalo más especial, en el primer email que envié (hubo unos cuantos por un motivo que no viene a cuento) pedí que el artista en cuestión escribiese una dedicatoria en la portada. El cd llegó (a tiempo), y la dedicatoria estaba allí, en la primera página del libreto. Además de rematarlo con la firma de su alias artístico, el texto incluía el nombre de la persona que iba a recibirlo. Más personalizado, imposible. El caso es que, dos años después, en la tienda roja de Revolver, removiendo las cubetas de cds de segunda mano, me topé con el cd de marras. Doble cd, debo añadir. Y doble mazazo (cada uno en un güevo) que me llevé.
La otra anécdota (ya digo, anécdota por llamarla de alguna manera) me proporcionó una emoción algo más satisfactoria (de menor intensidad, eso sí). Por si no lo sabías, (¿poco?) antes de la pandemia se abrió una tercera tienda Revolver a escasos metros de las otras dos. Tan sólo tuve ocasión de visitarla una única vez.

Había singles de vinilo del año de la carracuca, libros, revistas,… Y entre todo aquello me llamó poderosamente la atención la presencia en el escaparate de los números 35 y 38 del fanzine Mondo Brutto, que ya por aquél entonces hacían lejana las fechas de publicación. Para hacerlo incluso mejor: el precio de venta era el mismo que rezaba impreso en la portada (cuando podría haber sido de un 50% superior, dada la habitual usura en esta clase de cachivaches destinados a una selecta minoría). Ignoro el motivo, pero opté por no pasar por caja. Ya les llegará su momento, pensaría.
No fue así, la tienda se fue al garete y mi gozo en un pozo (o eso supongo… lo mismo ni me acordaba ya de las dos revistas mostrencas por excelencia). Pero con motivo de un viaje a Vitoria, en el que adquirí en la librería de cómics Zuloa Irudia el -saldado- número 43 (ya nunca jamás saldría el 44) del fanzine que prometía «actualidad bizarra para brutos mecánicos», me acordé de los que había dejado pasar en una calle de Barcelona.
Regresé a la terra, pasó el tiempo, y me dediqué a mis cosas hasta que un día salí de casa con la intención de hacerme con ellos. Dicho y hecho. Fui a la Roja y le hice saber a uno de sus dependientes mi encuentro, años ha, de los números 35 y 38 del MB en el finiquitado tercer Revolver. Muy amablemente lo consultó con otro dependiente (diría que de rango superior), éste realizó una búsqueda en un ordenador de mesa del pleistoceno, entró (y se perdió) en la trastienda, y tras media hora (de reloj) regresó con la barba más larga y dos revistas metidas en sendas fundas de plástico. Sonrisas, transacción y ‘pa casa más feliz que una perdiz. A día de hoy ni siquiera he leído ni uno solo de sus artículos y entrevistas; pero ésa, amigos, ésa es otra historia.
Derek Phillips says
Creo que la calle Tallers es mi calle favorita en toda la ciudad de Barcelona, no solamente por las tiendas de ropa de segunda mano, sino por la cantidad de tiendas de discos que existen allí. De todas ellas, las que más me han gustado siempre han sido el duplo de Discos Revolver (la roja) y Revolver Records (la verde).
Cada vez que estoy en Barcelona, una visita a las dos tiendas es obligatorio. He pasado horas repasando las estanterías de CDs hasta que mis manos quedan negras por el polvo. Pero no era solamente la cantidad de discos lo que me atraía, sino también los que trabajaban allí, gente con pasión por la música.
El cierre de Discos Revolver me sabe mal, cada vez son menos las tiendas de discos independientes. Al menos nos queda la tienda hermana para mantener el espíritu vivo. Hasta siempre Discos Revolver.

Sammy Tylerose says
¿Te puedes creer que, repasando visualmente mi colección de mandanga, no relaciono ninguno de mis discos con la Revolver Roja? Debe tratarse de alguna variante de stress post-traumático, por qué, por cojones, en los 34 años que estuvo abierta, algún compacto tuve que llevarme de allí.
En cualquier caso, lo que nunca olvidaré son el par de anécdotas que te contaré a continuación. Son más bien agridulces, pero que le vamos a hacer, ¡mi cerebelo es así!
La primera la debemos situar a mediados de los 90s. Popular 1 sacó un legendario especial titulado «Guns N’ Roses, el grupo que puso de moda el rock», escrito por Félix Ortega. En las últimas páginas de la revista, a modo de anexo, escribieron unas breves biografías de los compañeros generacionales de GN’R. Una suerte de «best of» del sleazy rock donde, a parte nombres familiares como L.A. Guns o Faster Pussycat, (me) presentaban a bandas como Salty Dog, Junkyard, The Throbs o Sea Hags.

Aquellos grupos tenían una pinta buenísima, así que debía escuchar su música cuanto antes. Como a Napster todavía le faltaba un lustro para nacer y esas eran cintas que mis colegas no me podían pasar, sólo había una opción: pasarme por Tallers.
No sé si también pregunté en las Castelló, Edison y compañía, pero tengo grabada la respuesta del tipo de la Revolver roja. Cuando leyó mi lista en papel elaborado con la pasión de un dieciséis añero, levantó las cejas, soltó una carcajada burlona y me espetó un «Sí, claro, ¿y el disco en castellano de David Lee Roth no lo quieres también?. No te flipes, chaval, esto es España«. Pedí disculpas y abandoné la tienda con el rabo entre las piernas.
Antes he dicho que no recordaba haber comprado nada en Discos Revolver. Era una verdad a medias. Allí hice una primera intentona de comprar «Diesel and Power» de Backyard Babies. Me explico:
Sería finales de siglo y mi fiebre por Dregen y compañía era altísima. «Total 13» era el disco que más me había impactado desde los «Illusion» y, tras haberlos visto en directo en Mephisto, estaba loco por ellos. Por ese motivo, cuando me topé con su, a priori, inencontrable y descatalogadísimo debut, no podía creer la potra que tuve.

Llego a casa, quito ansioso el celofán, le doy al play … y aquello no era Backyard Babies. No estoy loco. No había escuchado ese disco previamente, pero sí conocía «Electric Suzy» y alguna otra de ver sus clips en «Headbangers Ball». Las canciones figuraban en la contraportada, pero cuando las reproducías, sonaba otra cosa que no era Backyard Babies. Joder, no recuerdo si me gustaba o no lo que escupían los altavoces, ¡pero yo quería «Diesel and Power» y aquello no era «Diesel and Power»!
Agarré el ticket, me dirigí a la tienda y les expuse el caso. Evidentemente, la cara de poker fue automática. ¿Un CD oficial cuyo contenido no corresponde con los créditos? ¿En serio? Ante lo surrealista de mi queja, procedieron a reproducirlo y, aún sin ser expertos en BB, me concedieron un «supongo que tienes razón, alguien debió cagarla en la fábrica«. Esta vez fueron empáticos y me devolvieron la pasta (o lo cambie por otro disco).
A saber si lo que tuve una vez en casa era una rareza increible, unas demos perdidísimas que ahora valen su peso en oro, pero yo lo que quería era «Diesel and Power», ¿OK?