«Solo diré : RIVAL SONS! Que buena conexión de la banda con el publico. Individualmente cada uno de ellos impecables, y en conjunto espectaculares. Que buena dualidad! Sonido de finura distorsionada y potente a partes iguales» – Oscar FS
«Se han consagrado hoy. El concierto perfecto» – Rifle
«💪qué grande» – Txema
Sirvan las declaraciones en caliente de nuestros socios para ejemplificar la unanimidad a la salida del show barcelonés de Rival Sons.
En sus anteriores visitas a nuestra ciudad habían ofrecido (muy) buenos conciertos, pero siempre había alguna arista que pulir.
La actitud distante de Jay en la gira de presentación de «Great Western…», el desaguisado técnico en los primeros compases en el tour de «Feral Roots», cierta sensación de piloto automático en su actuación de Razz 2 … esta vez no, en esta ocasión no hubieron «peros».
En mi quinta cita con los de Long Beach -cuatro en BCN y una primeriza en Azkena, donde, para que negarlo, me cayeron gordos-, parafraseando a Rifle, todo salió perfecto.
En modo resumen: Sonido portentoso, banda engrasadísima, un Apolo a rebosar y más desatado de lo que suele ser habitual con el aburgesado y otoñal público rock local, una elección sabia y equilibrada del set-list … todo funcionó en un concierto que recordaremos durante mucho tiempo.
Jay Buchanan, chamánico y pletórico a la voz, estuvo especialmente motivado y comunicativo, y hasta tuvo el detalle de piropear la camiseta de Screamin’ Cheetah Wheelies de nuestro Txema -¡sí, era él!-.
Por su parte, Scott Holiday, como es su norma, hizo una masterclass del «menos es más» a la guitarra, abrumador, elegante y contenido a partes iguales. Inevitable la gallina de piel ante riffs tan tarareables como abrasivos como los de «Too Bad», «Electric Man», «Do Your Worst» o «Tied Up».
¿El resto de la banda? Mike Miley le sigue pegando igual de bien que siempre, especialmente en sus redobles bonhanescos. Los otros dos tipos, bajista y teclista, se ganan la nómina, su aportación al engranaje seguro que es valiosa, pero si algún día los reemplazan, poca gente los echará de menos.
Un poco más arriba he elogiado la composición del repertorio. Revisando el listado, compruebo que tocaron canciones de todas sus referencias discográficas. Un set-list formado por 18 temas extraídos de 9 discos distintos. Casi nada.
«Feral Roots» -ellos lo saben, nosotros lo sabemos- es su cúspide y, como tal, fue el redondo con mayor representación. Y de la dupla «Darkfighter»/»Lightbringer», en un alarde de confianza en su material más reciente, tocaron hasta 5 temas (gracias a ello estoy empezando a ver con mejores ojos unos LPs que me dejaron un poco tibio). Pero también tuvieron el detalle de acudir a trabajos «menores» como «Hollow Bones» o «Before the Fire».
«Preassure and Time», «Keep on Swinging», «Open my Eyes» y demás hits de culto que han ido cultivado con los años, lógicamente también estuvieron presentes.
Y es que esta banda tiene un don. Cada nuevo disco de Rival Sons genera, al menos, 2 o 3 temas que se convierten en imprescindibles en sus conciertos. Bendito problema el tener que dejar fuera del list genialidades como «Back in the Woods» o «Good Things».
¿Lo mejor de todo? Que la audiencia recibe con los brazos igual de abiertos a un acto de arqueología como «Torture» y a una joya de nuevo cuño como «Mosaic».
Rival Sons siempre han estado en el mejor momento de su carrera, pero tras tres lustros de camino, para los que estuvimos en Apolo la sobada sentencia cobra más sentido que nunca.
¿El futuro? A no ser que se imponga el sentido común y, como himno a descubrir por la humanidad que es, «Shooting Stars» suene en el nuevo anuncio de Vodofone o Coca-Cola, la trayectoria de Rival Sons seguirá a paso tan firme como lento.
Un equilibrio que seguramente sea lo mejor, tanto para ellos -que ya deben pagar con holgura sus facturas- como para nosotros -ese privilegio de verlos a dos palmos en una sala-.