Tercera incursión tierras germanas, tras una ruta por Baviera hará una década y la presencia en el Wacken Festival de 2004. A continuación, apuntes sobre mis cuatro días y tres noches en Berlín.
Esperaba que volar a la capital alemana fuera más barato. La intención era llegar un lunes y volver un jueves, pero los pasajes con esa combinación eran carísimos. A no ser que hicieras una escala absurda de 8 horas en Mallorca, el vuelo salía por más de 300€ por cabeza (ida y vuelta).
Curiosamente, viajar en fin de semana salía más económico, así que un ida sábado / vuelta martes con Vueling fue la opción más razonable, unos 190€ por persona con 1 maleta facturada (sólo ella). Supongo que la poca antelación en la compra de los billetes -unas 3 semanas- tiene la culpa de esos «ofertones».
Que el avión despegara a las 07:20h -y a pesar de la mella provocada por el madrugón- permitía aprovechar todo el sábado, mientras que el la vuelta el martes a las 22:00h (cuidado si trabajas al día siguiente, pues no tocarás cama mínimo hasta las 2 de la madrugada) lo convertía en un día 100% hábil para culminar visitas, compras y demás.
El aeropuerto Berlín Brandeburgo Willy Brandt goza de buenas comunicaciones. Las mejores opciones para acercarte al centro de la ciudad -está a sólo 18km- son el tren (líneas RE7 y RB14) y el metro (línea S9). En unos 40 minutos estarás en la puerta de tu hotel. Mi intención era coger tren, pero al acudir a la máquina equivocada terminé con billetes de S9 en mis manos.
Un error trivial si la línea S9 no estuviese en obras y no te echaran a la calle a mitad de trayecto. Así que mi primera toma de contacto con Berlín fue arrastrando maletas, perdido por un suburbio berlinés -no, no metieron un bus sustitutorio en la boca del metro-.
Afortunadamente, en esa ciudad prácticamente todo el mundo habla/chapurrea inglés, así que logramos que unas buenas samaritanas nos indicaron una ruta alternativa.
Nuestro hotel fue el Albrechtshof, un tres estrellas céntrico -a dos pasos del Reichstag y la Puerta de Brandeburgo-, cómodo y limpio a 100€ la noche. Muy contentos. Berlín tiene opciones de alojamiento más baratas, pero las habitaciones con literas compartidas o las pensiones tronadas ya no son una opción para mí.
Como curiosidad, Martin Luther King se reunió con líderes religiosos locales en uno de sus salones.
«Te habrás hinchado a comer salchichas, ¿no?» El tópico manda y esa está siendo pregunta recurrente por parte de colegas y familiares. Ellos no saben que en la capital alemana apenas se sirve cominada alemana!
Sí, hay sitios donde catar la tradicional currywurst -una nada apetitosa combinación de salchicha con ketchup/salsa de tomate-, pero en Berlín mandan el kebab y la comida asiática (mayoritariamente vietnamita). Si eres pizzero o vegano, tampoco pasarás hambre.
Mi ración de shawarma la comí en el Teras Döner Kebab, un céntrico garito turco con bastante solera. Aprobado sin más. Dicen que los mejores kebab se comen en Mustafa’s, un chiringuito callejero sito en la zona Bergmannzkiez donde los borregos se chupan 1 hora de cola para pedir.
Terminado el agape, nos dirigimos a la Puerta de Brandeburgo, punto de encuentro del «free tour» que tenía reservado.
Si eres viajero habitual, ya estarás familiarizado con esta fórmula presente en multitud de urbes: rutas guiadas, de unas 3 horas de duración, cuyo pago es «voluntario» y se realiza al final del trayecto; en función de tu satisfacción con el guía, le darás más o menos billetes. Si quieres quedar bien, dale a partir de 10€ (por persona).
La experiencia previa en Cracovia había sido súper positiva -el enrollado paraguayo que nos acompañó terminó yéndose de fiesta con nosotros- y en esta ocasión tampoco tengo queja de la socióloga argentina que nos tocó.
Culta, amena y con un palique acorde con el tópico. En ambas ocasiones he reservado en Civitatis. Muy recomendable como primera toma de contacto con una ciudad.
El monumento a los judios asesinados y sus 2.711 monolitos, el emplazamiento del desmantelado bunker de Hitler, los restos del Muro, el antaño punto fronterizo -hoy turistada- de Checkpoint Charlie, las iglesias gemelas de Gendarmenmarkt, el punto de Bebelplatz donde las juventudes hitlerianas perpetraron la famosa quema de libros … durante esas 3 horitas vimos un puñado de los highlights locales.
Como complemento, nuestra anfitriona nos dio dos útiles indicaciones: que en Berlín se puede beber en la calle y que Friedrichshain era el barrio donde pasar el resto de la tarde y cenar la mejor comida asíatica (1990 Vegan Living).
Cogimos el metro -recuerda comprar el pase diario que cuesta unos 8€ y que sale cuenta sólo que hagas 3 viajes en 24 horas- y nos bajamos en la parada de Frankfurter Tor. A partir de ahí, siempre dirección sur, callejeamos por los alrededores de Boxhagener Platz. Botella de medio litro de birra en mano, por supuesto.
Se trata de una vecindad bohemia donde la contracultura reina, pero que tiene una clase de la que, para mi gusto, carece el mucho más famoso Kreuzberg, al otro lado del río Spree.
No llegué a cenar allí, pero flipé con el aspecto de la pizzería ultra-punk llamada Il Ritrovo – Cucina Casalinga Popolare, con sus paredes cubiertas de grafitis y sus camareros pies negros.
El recomendado 1990 Vegan Living tenía una cola que daba la vuelta a la manzana, así que terminamos papeando unas ricas hamburguesas no cárnicas en VEG-D.
Antes, durante el garbeo, eché un vistazo en HHV, una estilosa boutique que combina moda con tienda de discos. Si me conoces un poco, te imaginarás que el tipo de música que se vendía allí no era para mí.
También me topé con una comercio especializado en reagge llamado Blessed Love. De hecho, en la capital germana hay un huevo de tiendas de discos, pero ya era tarde y muchas ya estaban cerradas. Aquí encontrarás toda la oferta de la ciudad.
Como colofón al paseo por Friedrichshain, nos adentramos en el RAW Flohmarkt, unas ruinosas instalaciones, antiguas cocheras ferroviarias que bien podrían ser la morada de las bandas más chungas de The Warriors y que han sido colonizadas por negocios underground.
Uno de ellos era un garito llamado Badehaus, con muy buena pinta y que tenía anunciado un concierto de versiones punk 90’s para esa misma noche. Tras sopesarlo, optamos por la retirada.
Por cierto, ir a un concierto en Berlín hubiese sido lo suyo, pero ni era una de las excusas para el viaje ni la cartelera era demasiado atractiva durante esos días. Tocaba Joe Bonamassa, pero no apetecía.
El primer objetivo dominical era curiosear por el mercadillo de Mauerpark, el más conocido de la localidad. Miento, el primer objetivo era desayunar. Y aprendí que, si es domingo, no desayunarás en un lugar público antes de las 10:00h. La resaca de sus empleados les impide abrir persiana antes, no sé.
Un local llamado Daluma, de esos que sirven porridge (gachas) y yogur con muesli a precio de oro, fue el escogido. Como ese, Berlín tiene mil.
Antes de pisar el mercadillo, localicé un museo gratuito (Museum at the Kulturbrauerei) con una exposición sobre la vida en la antigua Alemania del Este. Muy interesante, se ve en media hora y está llena de gadgets nostálgicos de la época. Me encantó el utilitario con la tienda de campaña canadiense integrada en el techo (¡las vacaciones perfectas!).
Mauerpark está a años luz de un Camden o un Portobello, es más bien una versión reducida de un Rastro madrileño o unos Encants barceloneses, pero tiene su encanto. Oferta gastronómica abundante y un puñado de paraditas con discos. Ahí, a 3€ la unidad, me agencié «…And You?» de Manitoba’s Wild Kingdom, «Wandering Spirit» de Mick Jagger y «Whenever We Wanted» de John Mellencamp.
Terminada la ronda, volvimos caminando a la zona del hotel y almorzamos en House of Small Wonder, restaurante nipón de fusión donde gocé de su Okinawan Taco Rice.
Tras una deseada siesta, retomamos la actividad para dirigirnos hacia la cacareada East Side Gallery, el tramo de 1.300 metros de Muro que fue decorado en 1990 por artistas de prestigio de todo el planeta. Sin duda, la pintura del morreo entre Leonid Brézhnev y Erich Honecker es la más fotografiada.
Cuidado con las distancias en Berlín, el mapa engaña. Las manzanas son el triple de largas que las de tu ciudad. Lo que sobre el mapa parecía un corto paseo por la ribera del río hasta la East Side Gallery se convirtió en un eterno pateo de 5,6km.
La próxima vez circularemos en bici, que la ciudad es plana y se pueden alquilar por todas partes. Como los dichosos patinetes eléctricos, que los berlineses dejan tirados de cualquier manera por las aceras.
Por cierto, durante la travesía nos acercamos al Fernsehturm, el omnipresente pirulí de 368 metros de altura. Apetecía subir a su mirador, pero esos 24,50€ por barba disuaden a un bolsillo estándar como el mío.
Contemplados los murales, decidimos cruzar el río en busca de jaleo. Nos comentaron que el 1 de Mayo, Fiesta del Trabajador, es una fecha importantísima en el calendario germano. El proletariado sale a la calle masivamente y no siempre de manera pacífica.
Kreuzberg, el barrio turco, suele ser el epicentro berlinés de los follones en esa diada. Palos no vimos, eran las 21.00h y las manifestaciones habían terminado, pero por esas calles no cabía un alfiler y la concentración de furgonas de antidisturbios es la mayor que he visto en mi vida.
Por cierto, aunque Berlín tenga un aire decadente y destartalado en muchos de sus barrios, en ningún momento tuve sensación de inseguridad y marginalidad hasta pisar la zona de Gorlitzer Park, más sucia que la media y con el acoso constante de dealers subsaharianos.
Como te decía, gente, mucha gente. Riadas humanas desbordando Oranienstraße y alrededores. Quiero creer que aquella marabunta de borrachos y esa multitud de raves que vi en aceras y ventanas fueron fruto del efecto 1 de Mayo, que todos los domingos noche no son así en Kreuzberg!
Tras digerir unos buenos fideos vietnamitas en Huong Quê, cruzamos las puertas de Wild At Heart, el único club nétamente rockero que supe encontrar por ese área. Estrecho y alargado, de iluminación roja, con un aire al entrañable Tequila barcelonés, es un buen lugar para empinar el codo mientras escuchas RN’R.
Cuenta con un diminuto espacio para conciertos donde proximamente iban a actuar, entre otros, Supersuckers y Giuda.
Según mi guía Lonely Planet (de 2014), la citada Oranienstraße era de ambiente «grunge». Bien, esos locales habrán cerrado o no los supe ver, por que mientras avanzábamos dirección oeste todo aquello me parecía mucho más Lloret de Mar que Seattle.
Así que sobre la 01:30, y con los pies ardiendo tras tanto pateo, decidimos coger el metro en Moritzplatz dirección hotel.
Inicialmente, el plan para el lunes contemplaba visitar la vecina localidad de Postdam, el denominado Versalles berlinés, con su colección de palacios imperiales. Otra vez será, ya que optamos por quedarnos en la gran ciudad. Teníamos unos cuantos «must» pendientes.
Antes de nada, salí a runnear un poco. La intención era salir cada mañana, pero ya se sabe. Recorrí el inmenso Tiergarten, rodeé la rotonda de la Siegessäule (Columna de la Victoria), inmortalizada por Wim Wenders en «El Cielo sobre Berlín», y a la ducha. 8 kilometros que sirvieron para sacarme la espina.
Ya en formato turista, tomamos la señorial avenida Friedrichstraße dirección sur camino de Potsdamer Platz. No estaba previsto, pero no pude evitar entrar en la Dussmann das KulturKaufhaus, una FNAC en lujosa versión germana. Tuve en mis manos un par de álbumes de Blondie, uno de Roxy Music y otro de NWA (oferta 4CD x 20€), pero me eché atrás.
En un ataque de tontería ética, decidí no dar mi pasta a un emporio capitalista. La impaciencia de mi esposa –yo me voy, ahora esto no toca– también tuvo que ver.
Potsdamer Platz es el orgullo arquitectónico de la nueva Berlín. Ubicada en un antiguo descampado fronterizo, alberga un ramillete de rascacielos corporativos. En su complejo más chulo, el Sony Center, está alojada la Deutsche Kinemathek (la filmoteca alemana), que cuenta con un museo consagrado al cine alemán cojonudo.
F.W Murnau, Fritz Lang, Ernst Lubitsch, Douglas Sirk, Robert Wiene, Marlene Dietrich, Leni Riefenstahl … «El Gabinete del Doctor Caligari», «Metropolis», «Nosferatu», «M, El Vampiro de Düsseldorf», «El Ángel Azul» … todas las estrellas y pelis legendarias del celuloide pre-2ª GM tienen su lugar destacado en una exposición visualmente muy potente.
Los autores contemporáneos también tiene su espacio, pero bastante más reducido. Y es que a pesar de los Wenders, Hergoz, Fassbinder, Akin y compañía, nada ha vuelto a ser lo mismo.
Como dato cachondo, tienen expuestos los posters de la peli local más taquillera del año desde el principio de los tiempos hasta la actualidad, diferenciando entre Ost (Este) y West (Oeste) cuando Alemania estuvo partida. Bien, a partir de 1967, y durante unos 10 años, en Occidente triunfó el destape, mientras que en la RDA se llevaba el spaghetti western. Chequea los carteles, chequea:
Una vez fuera del museo, el plan era visitar el patio donde fueron ajusticiados los responsables de la operación Valkiria (los militares que atentaron contra Hitler en 1944), pero de nuevo el mapa engañaba y aquello quedaba a tomar por culo.
Otro de los atractivos de la zona son los Hansa Studios, donde Bowie y Iggy Pop grabaron los discos de su etapa berlinesa y que a posteriori también serían usados por Depeche Mode y U2. Olvidé visitarlos.
Lo que no olvidé fue una recomendación de la guía argentina: el tobogán que desciende las 3 plantas del centro comercial Mall of Berlin (entra por la calle Wilhelmstraße).
Nos desplazamos en metro hacia Bergmannkiez, otra de las zonas hipster de la ciudad. Barriada agradable sin más, no tiene nada que no tenga Friedrichshain. Quizás algo más pijo. Paseando por sus calles divisamos una cola enorme, de un centenar de personas.
¿Regalaban algo? ¿Soportaban estóicamente el sol de mediodía por una firma/foto de algún idolo? No, era la cola para comer el kebab de Mustafa’s … Nosotros comimos en un vietnamita -sí, otra vez- estupendo llamado Good Morning Vietnam. Muy recomendable.
El día antes del viaje localicé un blog donde un punkie español repasa las mejores tiendas de discos berlinesas donde tienen un buen surtido del género. Según su opinión, «la mejor y más grande» de Bergmannkiez es Space Hall. Bien, iba a decir que menuda mierda, pero chequeando las fotos que hay por Internet, creo que algo me perdí.
Sí, aparece el almacén desangelado de vinilos -me niego a llamar a eso «tienda»-, sin decoración y sin música ambiente -¡un comercio de discos silencioso!- que yo visité. Pero también se muestran otros espacios, con bastante mejor pinta, que o estaban cerrados o yo no supe ver. Huelga decir que salí con las manos vacías de allí.
El último objetivo del día era darse un garbeo por Treptower Park, que aloja el imponente Monumento de Guerra Soviético, un Valle de los Caídos a la rusa donde reposan los restos de 7.000 soldados caídos durante la toma de la capital nazi. Mis pies no daban para más, así que dimos por finalizada la jornada, cogimos cualquier cosa en un súper y la cenamos en la habitación del hotel.
Pusimos «Victoria», una peli protagonizada por nuestra Laia Costa que transcurre en Berlín y cuyo mayor atractivo es que está rodada en una única toma de más de 2 horas. Por lo demás, pse.
Martes, retorno a BCN. Pero ya que el vuelo era a las 22:00h, teníamos todo el día por delante. Alemania, como buena potencia colonial de finales del s.XIX, tenía un ejército de arqueólogos que expoliaron de lo lindo, así que ahora cuenta con algunos de los mejores museos del mundo.
En Berlín, los más importantes se concentran en la denominada Isla de los Museos, situada en pleno centro. Nuestra idea era visitar el Pergamon Museum, con una colección de tesoros de Babilonia y Persia muy mítica, y el Neues Museum, que, entre otras muchas cosas, es el hogar del legendario busto de Nefertiti.
Por unos 18€ compré vía web un bono que permitía entrar a todos los museos de la Isla -hay media docena- durante el día seleccionado. Cuidado, no cometas mi error. Tu gestión no debe terminar con la compra online del ticket. Debes reservar -también online- hora de entrada para cada museo o corres el riesgo de un sold out.
A las 10:30h el papel del Pergamon ya estaba vendido para todo el día. Tu bono diario no vale una mierda. Si no has reservado hora, te quedas fuera.
Además de a otro museo secundario especializado en Roma y Grecia, sí pudimos entrar al Neus. Decirte que los elogios que hayas leído sobre la escultura de la faraona son merecidos. Y que terminé hasta las pelotas de tanta sala kilométrica.
Soy un apasionado de la Historia, pero este tipo de museo sobredimensionado termina saturando al más erudito. No se pueden ver de un tirón. Al cruzar sus puertas, ni pudiendo hubiésemos empalmado con el también mastodóntico Pergamon.
Última tarde en Berlín, en la que decidimos dar una nueva oportunidad a Kreuzberg. Como era de esperar, el ambiente de un martes tarde era mucho más relajado. Repusimos fuerzas con unas raciones de pizza en Villa Di Wow, minúsculo local con BSO punk -básicamente es un take away con un par de mesas de madera en la acera- regentado un por un majo italiano y otro tipo con un look muy Jesse Malin.
En la acera de en frente cuentan con un establecimiento hermano llamado Wowsville, donde puedes empinar el codo escuchando buena música. En un rincón del garito han montado una mini tienda de vinilos centrada en garage, surf, rockabilly y similares. En 30 segundos supe que no era sitio para mi dinero.
Sí lo gasté en Heisse Scheiben, una polvorienta tienda de segunda mano, con una buena selección de CD’s, donde compré el primer disco de 24-7 Spyz y el «Kerosene Hat» de Cracker por dos duros.
Antes había pasado por delante de Soultrade y Static Shock, pero a través de sus aparadores vi que, a pesar de su buena pinta, únicamente tenían vinilo, así que las descarté automáticamente. Por el precio de un vinilo, compro 4 CD’s, esa es mi filosofía actual.
Coretex es un establecimiento mitico, casi 30 años al servicio del punk y derivados. Aunque no es demasiado grande y tiene poco atractivo si esos géneros no están entre tus predilectos, vale la pena cruzar su puerta. Me terminé llevando unos calcetines contestatarios para mis hijos.
Mi ruta disquera finalizó en Groove Records, 40 años al pie del cañón y con un entrañable veterano al frente que militó en una banda stoner llamada Ashes a mediados de los 90’s. Según él, «Groove is a real store, no bullshit for tourists«. Me llevé «Plastic Green Head» de Trouble.
Mi veredicto es: cuidemos de nuestras Revolver -extiéndelo a tu punto local de referencia-, pocas tiendas hay a su altura ahí fuera.
Cruzamos el Spree para ultimas unas compras en Friedrichshain, nos llevamos unas hamburguesas de VEG–D, recogimos las maletas y enfilamos hacia el aeropuerto. Auf wiedersehen!
Hola Sammy,
Soy lector esporádico de tu blog. Creo que mereces que te escriba unas líneas para agradecerte entre otras, esta reseña sobre Berlín, que he utilizado como guía, junto a otros referentes en mi viaje de 1 semana y pico de hace unos días. Gracias a ti visité el Museo Kulturebrai, cerca de Mauerpark, y el Mall of Berlin y su tobogan, entre otras cosas. Vaya curradas te pegas con las diferentes secciones, a seguir así! Saludos y gracias!
PlanetMayro, gracias por tu comentario. Reconforta!
Berlín, mola. Ideal si tienes menos de 30 años y pocas obligaciones.
Eso sí, recuerda que SPD es una labor de equipo 🙂