Si no hay público, no hay show.
Si todos los que estamos invertiendo nuestro tiempo en escribir unas líneas en recuerdo de los recién fenecidos Cinemes Méliès hubiésemos comprado una entrada regularmente, la emblemática sala de Carrer Villaroel probablemente seguiría abierta.
Las últimas películas que vi allí fueron «Erase una vez en Hollywood» y «Midsommar», un doblete que me casqué hace unos meses. ¿La anterior ocasión? Ni me acuerdo. Como todos vosotros, tengo mi parte de culpa de esa quiebra.
Pero hace 3 lustros fui cliente habitual de ese cine. Recién emancipado del nido familiar, durante 3 años viví a 50 metros de la sala. En compañía de la futura madre de mis hijos, compañeros de piso y colegas como nuestro redactor Txema, o simplemente solo, ir a ver una peli al Mèlies siempre era un buen plan. Y si era complementado con una pizza en la vecina Bella Napoli, mucho mejor. Incluso un verano llegué a comprar un abono.
En la oscuridad de la platea de los Méliès disfruté con «Grupo Salvaje» -esa película has de verla en pantalla grande por lo menos una vez en tu vida- y «Quiero la Cabeza de Alfredo Garcia» de Sam Peckinpah, «El Apartamento» y «Perdición» de Billy Wilder, «Salvaje» y «La Ley del Silencio» con Marlon Brando, «Vertigo» de Hitchcock, «Dos en la Carretera» con Audrey Hepburn, «Brazil» de Gilliam, «Los Vikingos» de Kirk Douglas, cintas underground de la factoría Warhol, Fellini, Jarmusch, cine asiático y muchas otras que ahora no alcanzo a recordar.
Seamos honestos. Si hubiera seguido abierto durante los 10 próximos años, seguramente podría contar con los dedos de una manos las veces que hubiese vuelto (si exceptuamos las cintas infantiles, voy 3-4 veces al año al cine; y cuando voy, escojo salas más cercanas a mi actual domicilio), pero ese cierre ha sido un duro golpe a la nostalgia.