¿Jungla, meditación y shemales o Mediterráneo, dolce vita y bámbolas? La duda ofende, ¿verdad?
Tras la maravillosa temporada siciliana, la tercera entrega de «White Lotus», bajo mi subjetivísimo prisma, ya partía con desventaja escénica. Tailandia -sorry Tai Pai Pai- no le llega a la suela de la bota a Italia. Pero ese ha terminado siendo el menor de sus problemas.
Es casting es bueno. Ahí están un favorito como Walton Goggins -el inolvidable Shane Vendrell en «The Shield» y el no menos colosal Boyd Crowder de «Justified»-, a quien su personaje atormentado y permanentemente sudado le sienta como guante, la bonita Michelle Monaghan o dos descubrimientos como son Patrick -hijo de- Scharzenegger y Aimee Lou Wood, propietaria de los dientes más sensuales de las industria.

Su gran handicap han sido unas tramas sosas que no han tirado, aburridas, que durante 8 episodios han dado vueltas sobre lo mismo. Algo ha fallado en la sala de guionistas.
No puede ser que un tipo esté pensando en suicidarse durante casi los 480 minutos de serie, el mismo tiempo que invierten tres amigas en criticarse unas a otras, un segurata en ligarse a una empleada mona o un cachitas en hacerse batidos de proteínas mientras su hermano le mira todo palote.
Durante 5 minutos el gran Sam Rockwell le pone algo de salsa picante al asunto, pero nah, en «White Lotus III» no sucede prácticamente nada. Y cuando sucede, cuando llega el supuesto climax -punto fuerte de las anteriores temporadas-, todo es cutre y precipitado.

Dicen que la cuarta entrega se ambientará en Sudamérica. Toca remontada en Maracaná, señores.