12 horas sereno en Las Vegas

The Welcome to Fabulous Las Vegas sign in Las Vegas, Nevada USA

En verano de 2008 crucé USA, de Miami a San Francisco, en 2 semanas. Un extenuante road trip, junto a 3 colegas, de más de 10.000 km a bordo de un Chrysler Sebring descapotable.

Las primeras jornadas del viaje quedaron inmortalizadas en el antepasado de esta web, pero -salvo un pequeño apéndice dedicado al Amoeba Records de L.A.- la crónica se quedó estancada en Texas. Es una pena que lo dejara ahí, por qué acabo de pasar un buen rato releyendo anécdotas del viaje que ya había olvidado.

OscarFS pasó 48 horas borracho en Las Vegas. Yo sólo pasé unas 12 horas en Sin City y, aunque me trinqué unas cuantas Budweiser, no recuerdo ir demasiado piripi.

La agenda del viaje fue apretadísima. Quisimos ver demasidas cosas en demasiado poco tiempo. Y esas cosas estaban a miles de millas una de otra, así que fuimos de puto culo.

En nuestro cronograma sólo había espacio para una noche en Las Vegas. Llegamos a las 21.00h y a las 09:00h de la mañana siguiente debíamos partir dirección Los Angeles vía Death Valley. 12 horas que debían ser exprimidas a fondo. Lo del dormir ya lo dejaríamos para otro día.

La estancia en la ciudad no estaba bien planificada. No habíamos hecho los deberes. No sabíamos cuales eran los imperdibles de la ciudad, así que la idea era dejarnos llevar.

Yo solo tenía una exigencia: Cheetahs. Un club de strip-tease que había sido uno de los highlights en el legendario road trip USA de 40 días narrado en Popular 1.

Stratosphere Hotel

Nos alojamos en el impresionante Stratosphere Hotel por menos de 30$ (habitación cuadruple). La mejor habitación del viaje fue la más económica. Ya que te vas a arruinar con los vicios, al menos duerme barato.

Tras preguntar en recepción por algún plan interesante, compramos entradas para la revista musical «Jubilee!» en el Hotel Bally’s, un espectáculo grandilocuente de esos de show-girls en top-less con plumas.

Nos sentaron en un reservado con mesa en la parte delantera de la inmensa platea y nos sentimos unos SEÑORES.

El impacto inicial causado por los primeros números fue tremendo: docenas de bailarines/as ligeros de ropa recreando las escenas más memorables de «Sansón y Dalila» y «Titanic», con una escenografía millonaria que reproducía, a tamaño XL, una ciudad de la Antigüedad y el famoso barco hundido. Había mucha pasta invertida en «Jubilee!».

Girls from Jubilee!

Sin embargo, el show se me hizo largo y, más por el cansancio acumulado que por el aburrimiento, terminé echando unas cabezaditas reparadoras. Tras 35 años en la cartelera, la última función de «Jubilee!» se celebró en 2016.

Si estás en Las Vegas, la meca del juego, considero que es absurdo no apostar unos cuantos dólares en alguno de sus infinitos casinos.

¡Los dados han de rodar!, ¡la ruleta ha de girar! … al menos hasta que se termina la pasta. Por que no hay nada más ridículo que pululear por un casino cuando estás sin blanca.

Mi fulgurante carrera de jugador profesional duró unos 5 minutos, el tiempo que tardé en perder 100$ al encadenar una mala apuesta tras otra. Si apostaba al rojo, salía negro; si ponía mi ficha en el par, salía impar. Uno de mis colegas tuvo mejor suerte al Blackjack y el presupuesto le aguantó 30′.

Desplumados prematuramente, nuestro radar se centró en el siguiente vicio: Girls, Girls, Girls.

Recuerdo que el taxista que nos llevaba a Cheetahs no entendía nada. Por qué coño queríamos ir a un antro como ése cuando en Las Vegas habían auténticos coliseos del strip-tease -de los que seguramente cobraba comisión por llevar a clientes-, con tías que estaban 1.000 veces más buenas que las de Cheetahs.

No era plan de explicarle que en España hay una revista de rock que … así que le dijimos que «por que sí«, mientras él hacía que no con la cabeza.

Cheetahs, donde se rodaron numerosas escenas de la peli «Showgirls» (1995) de Paul Verhoeven, es un garito algo cutre que cuenta con -si la memoria no me falla- un único escenario donde bailan 1 o 2 chicas, multitud de sofás donde podías recibir un lap-dance (por unos 20$, y durante un par de canciones, una stripper de tu elección se contornea sentada en tus rodillas), una barra de bar y un reservado. Ah, y un cajero automático donde recargar munición.

Pero que queréis que os diga, durante unas horas tuve la artificial sensación de sentirme en casa.

Elisabeth Berkley en el escenario de Cheetahs en «Showgirls» (1995)

Con la rubia que me realizó el lap-dance, pura fibra, mantuve una interesante charla. Por lo que fuera, por que le caí bien o por la esperanza de sacarme muchos dólares, nuestra «relación» se alargó unos 20 minutos. Casada y con 3 hijos pequeños, me contó que, entre otras cosas, le encantaba su profesión y que su marido no tenía ningún problema con ello. Mantenían una relación abierta y solían practicar sexo en grupo.

Parecida conversación compartí con otra chica de origen portorriqueño, que me aseguró que ella estaba allí, simplemente, por que amaba el sexo.

Por que sí, aunque la prostitución esté legalmente prohibida en el estado de Nevada, las strippers -al menos las de Cheetahs en 2008- se prostituyen. No en el propio local, por supuesto, pero te invitan a que las sigas al motel de conveniencia.

Una vez las bailarinas (que llegan a hacerse pesaditas con sus constantes ofertas de lap-dance) tuvieron claro que no iban a obtener de mí un billete más y me dejaron tranquilo el resto de la noche, entré en un reconfortante estado de relax y paz mental del que guardo muy buen recuerdo. Repantingado en un sofá de Las Vegas, bebiendo una Budweiser tras otra -esa cerveza no emborracha- y observando desde la oscuridad el interminable desfile de strippers por el escenario. Eso era vida.

Cuando abandoné el local ya había amanecido. Mis colegas se habían largado hacía horas. Alcé la vista y distinguí la inconfundible silueta del Stratosphere Hotel. No parecía estar demasiado lejos, así que decidí ir caminando.

Descampados y un solar vacio vallado tras otro, aquello era el patio trasero de Las Vegas.

Cuando las luces de neón se apagan, más allá del cartón piedra de los casinos, es una de las ciudades más feas del mundo.

Eso sí, vagando por sus desiertas calles, conseguí un bonito fetiche que a día de hoy todavía guardo oro en paño. Tirada en la acera estaba un número de la revista de swingers «Cocoa ‘N Creme». Ese iba a ser mi souvenir de Sin City.

Llegué al hotel, desperté a mis compañeros de viaje y arrancamos de nuevo nuestro Chrysler.

Esa noche dormíamos en Los Ángeles y teníamos un Death Valley que cruzar.

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