La gran mentira del retorno de Mötley Crüe

Mötley Crüe, como ya sabéis todos, han vuelto. Y han puesto encima de la mesa un estudio de mercado de Hacendado para justificar la ruptura de su irrompible contrato de retirada de los escenarios.

Alan Kovac, manager de la banda, argumenta que, según la estadística, “The Dirt” -la película- ha generado una legión de nuevos fans, que tiene entre los 18 y los 44 años y que nunca ha visto ha Mötley Crüe en directo. “La cinta de Netflix ha llevado la música de Mötley Crüe a las casas, dormitorios universitarios y dispositivos móviles de la generación del streaming, que solo asociaba nuestra marca a camisetas molonas”, concluye Kovac.

Un 64% de seguidores por debajo de los 45 años, un incremento del 350% en las reproducciones de Spotify, un 95 sobre 100 otorgado a “The Dirt” por los lectores de Rottentomatoes.com … “Los fans han hablado y Mötley Crüe han escuchado!”. Como suelen decir en el otro lado del charco, “back for popular demand”, que desde Sammy Plays Dirty traducimos como “se intuye un nuevo nicho de mercado y sería de gilipollas desaprovecharlo”.

Tommy Lee odia el rock, Mick Mars está destrozado por la enfermedad, Vince Neil es un señor obeso y Nikki Sixx es más pesetero que Gene Simmons, pero el objetivo de este post no es poner en tela de juicio la legitimidad de esta gira de retorno. Bandas como Scorpions, Judas Priest o KISS llevan lustros enlazando un tour de retirada tras otro y no veo disturbios en el telediario. Y, al fin y al cabo, nadie te pone la pistola en la cabeza. Si Mötley Crüe tocan en el estadio de tu ciudad, eres libre de pagar la pasta que marque la entrada o no. Yo la pagaría.

Def Leppard, Poison, Joan Jett. Ahí está el problema. Ahí reside la gran mentira. Con semejantes compañeros de gira no aspiras a llegar a los millenials, tu objetivo es asaltar la cartera de la nostalgia. Quieres llenar los estadios de personas con problemas de erección y sequedad vaginal, las que te compraron más de 100 millones de discos en los 80’s y cuyo poder adquisitivo les permite costearse las entradas, sea cual sea su precio. ¿Def Leppard se escucha en los dormitorios universitarios? ¿Los veinteañeros pinchan a Poison en su smartphone? Sí, claro.

Esa idea puede funcionar a corto plazo -de hecho, parece que las entradas se están vendiendo a muy buen ritmo-, pero a largo plazo es un desastre que puede llevarlos derechitos al circuito veraniego de oldies, donde la rentabilidad no es tan alta. ¿Qué será lo siguiente? ¿Mötley Crüe + Whitesnake + Tesla? ¿Casinos de Las Vegas con Styx y Foreigner? Amo a todas esas bandas, son la base de mi dieta musical, pero no son buenos compañeros de viaje.

Siempre tuve a Mötley Crüe como unos valientes. Inventaron el glam metal en 1981 cuando lo cool era la new wave y el post-punk. En 1988 abrazaron la sobriedad cuando el desfase y los excesos eran casi un requisito por parte de los departamentos de marketing. Tras vender una millonada con «Dr. Feelgood» (1989), lo lógico era ser continuista; ellos optaron por la vía kamikaze, tardando 5 años en editar un nuevo disco en el que reemplazaban a un icono como Vince Neil y cambiaban radicalmente de estilo. Por si su base de fans no quedó suficientemente desorientada con «Mötley Crüe» (1994), en 1997, de nuevo con Neil a bordo, deciden sacar un disco de rock industrial, el denostado «Generation Swine». Y en 2000, cuando el hard-rock ya llevaba 9 años muerto, sacaron «New Tattoo», un disco 100% Sunset Strip.

Para una banda que siempre fue inconformistas y transitó a contracorriente, girar con Def Leppard o Poison en pleno 2020 me parece una autotraición, un tiro en el pie.

Unos tíos con su olfato, ¿por qué no ha completado el cartel con, por ejemplo, Ghost y Mastodon? Esas bandas también venden muchos tickets y realmente son las que suenan en el Iphone de los millenials rockeros, sr. Kovac. Esa sería una apuesta de futuro. Si es que existe un futuro para Mötley Crüe en la mente de Nikki Sixx, claro.

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