«Las Leyes de la Frontera»

Entre el «rant» sobre Amyl & The Sniffers y el post que leerás a continuación vas a pensar que últimamente ando avinagrado. Y tampoco es eso. Siempre prefiero escribir sobre lo que me gusta, pero dejar por escrito la decepción sobre algo en lo que tenías depositadas expectativas siempre tiene su punto de catarsis. Haces «limpieza» y a otra cosa.

«Las Leyes de la Frontera» no es una mierda de película, la puedes ver y no sentirás la necesidad de arrancarte los ojos. Le darás al play en tu app de Netflix y pasarás hora y media entretenido.

Pero como la veas con «Perros Callejeros», «Navajeros» o «Deprisa, Deprisa» en la cabeza, te llevarás un chasco gordo. Mientras que las cintas de José Antonio de La Loma y Carlos Saura son -y ya perdonarás tanto anglicismo snob- «the real shit«, la «Las Leyes de la Frontera» es un «fake» de tomo y lomo. Por varios motivos.

La mayor parte de los films que radiografiaron el fenómeno de la delincuencia juvenil de finales de los 70’s/principios de los 80’s -el género denominado «cine quinqui»-, aunque objetivamente sean cutres, tienen una serie de pros de los que carece «Las Leyes de la Frontera».

Para empezar, uno contra el que nada puede hacer la peli de Daniel Monzón. «Perros Callejeros» y compañía retrataban el presente. «Las Leyes de la Frontera» recrea el pasado. En unas se sale a la calle a filmar una realidad, lo que ves es lo que había. En la otra hay un trabajo de atrezo -encomiable en los interiores, especialmente ese chulo salón recreativo- para transportarte a la España de la Transición que no evita que abunden los detalles que huelen a postizo, a «Cuéntame»: asuntos capilares -la peluca del bandolero protagonista es más propia del Seattle de «Singles» que de la Girona de 1978, mientras que buena parte de los actores llevan peinados propios de 2021-, la ropa inmaculadamente limpia y planchada de todos los personajes, los coches de época relucientes que conducen los maleantes y que en realidad deberían estar hechos caldo, efectos digitales que cantan -esos trenes- … pero como te decía, ahí el producto original siempre tiene las de ganar.

El Torete

El casting. Ahí es donde ganan por goleada los clásicos de la quinqui-explotation. Tipos como El Torete, José Luís Manzano, El Pirri, José Antonio Valdeomar, Jesús Arias y compañía básicamente hacían de sí mismos. No eran actores, eran delincuentes que eran apartados -momentáneamente- de las calles y las celdas para dotar de hiperrealismo a esas películas. Que sus dotes interpretativas no fueran las mejores era pura anécdota. Su descaro y frescura les hacían irresistibles. Daban miedo, sentías que esos tíos te podían rajar en cualquier esquina, pero al mismo tiempo, de alguna manera, aunque fueran lumpen, querías ser como ellos.

El reparto de «Las Leyes de la Frontera» está formado por actores de verdad. Buenos profesionales, de acuerdo, pero se nota que están haciendo un papel. No destilan el peligro y la marginalidad que requieren esos personajes. Ella, con ese pelo rizado tan cani y esos pezones desafiantes, da el pego. Sus partenaires masculinos, no.

Begoña Vargas (La Tere)

Por último, falta violencia, sordidez, mala leche. Sí, hay algún desnudo que otro, hay disparos y hay palabrotas, pero el tono edulcorado del film es evidente. Esos atracos son de parvulitos y el supuesto clímax, el tiroteo final con la poli, es de lo más desangelado y destensionado. Por no hablar de esa epílogo final propio de un culebrón venezolano.

Daniel Monzón, el hombre que dirigió la excelsa «Celda 211» y la estimable «El Niño», pincha con un telefilme innecesario que, curiosamente, ha encantando a la crítica. Pero ya sabes, yo no soy crítico. Soy un fan. Y ahí va una sugerencia de fan: saca a latinos chungos de Can Brians y rueda con ellos una peli sobre toda la violencia asociada al cultivo y tráfico de marihuana que está atemorizando a Catalunya. Eso sí que sería la bomba.

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