Duran Duran & Jack White – Barcelona 15/07/22 – Festival Cruïlla

Siguiendo los dictados de la lógica, mi festival de este verano debería haber sido el Barcelona RockFest. La jornada que tan bien cubrió nuestro Rifle contaba con pesos pesados como Megadeth, KISS o Judas Priest -los dos últimos forman parte de mi top 10 histórico-. El problema es que los tengo más vistos que el Tebeo. Pincho su música a menudo en casa y la disfruto como el primer día, pero otro concierto de ellos no me motiva.

Por estos motivos, el Duran Duran + Jack White + Vintage Trouble que ofrecía la jornada del viernes del Festival Cruïlla me parecía una propuesta bastante más fresca y atractiva que la de Can Zam.

El Cruïlla es como un hermano pobre del Primavera Sound, un festival con carteles que suelen carecer de coherencia, un auténtico cajón de sastre, pero que siempre cuentan con 2-3 nombres diferenciales. Precisamente, es esa heterogenia estilística la que impide que sea en un evento masificado, la que echa para atrás a un tipo de público que necesitaría más chicha de su gusto para plantearse desembolsar los 80€ de entrada de día.

Y los que terminan apoquinando, o van a ver a Jack White o a Rigoberta Bandini, no a ambos, lo que garantiza tu buena posición ante el escenario.

Definitivamente, el Crüilla es el festival más cómodo y bien organizado en el que he estado. Oferta gastronómica tremenda, con una docena de propuestas diferenciadas -recuerdo el Sonisphere de Metallica donde sólo había bocadillo de panceta-, infinidad de barras donde conseguías tu birra sin esperas, escenarios cercanos, sonido excelente, poca presión humana … en ese sentido, por muchos años, Crüilla.

Simon Le Bon

Duran Duran es una banda que me apetecía mucho. Escucho sus discos y sólo me gusta el 40% de lo que suena. Pero ese 40% es matador y contiene alguna de los singles más emblemáticos de los 80’s.

Sería interesante escuchar en directo esas canciones desprovistas de esos arreglos y efectos de sonido tan artificiales y deudores de la época. Seguramente convencerían a tocapelotas puristas como el que tenía al lado.

De hecho, cuando mandaban a Nick Rhodes al rincón de pensar y daban protagonismo a los instrumentos «reales», sonaban como un tiro. Como ejemplo, esa alucinante «Ordinary World» que les devolviera al mapa en 1993 o una «Careless Memory» que fue puro punk rock.

Pero no, entonces no serían Duran Duran. Simon Le Bon y los suyos tienen como propósito teletransportar a su público de mediana edad a 1986, con todo los tics que eso comporta. Hablando de Le Bon, le miraba y me recordaba mucho a Joe Elliot de Def Leppard. Son de la misma escuela escénica: corpulentos, de elegante sobriedad y economizadores de esfuerzo y movimientos. No son precisamente un dibujo animado de carne y hueso, no.

Siguiendo con el resto de la formación, John Taylor está hecho un calavera, es el gipsy de la banda y aunque se le presupone alma rockera, se le ve disfrutar con todos los palos; Nick Rhodes, con la misma imagen de personaje gótico de peli de Tim Burton que luce desde 1980, es omnipresente a los teclas, efectos y truquitos varios, mientras que Roger Taylor, suponiendo que es él el que sigue a los parches, pasa completamente desapercibido. Como el guitarrarista florero que llevan, que realmente sólo trabaja en 4 o 5 temas. Por el contrario, las dos coristas que acompañan a Le Bon gozan de un protagonismo tremendo, llevando la voz cantante en más de una canción.

«Reflex», «Notorious», «A View to a Kill», «The Wild Boys», «Hungry Like a Wolf», «Girls on Film», «Planet Earth», «Rio» … todos sus smash hits estuvieron ahí. Sólo eché de menos mi favorita «Skin Trade», pero veo que no la vienen tocando desde 2009.

My name is Rio …

Finalizado el show de los de Birmingham, nos desplazamos veloces al escenario donde Zahara terminaba su recital. El solape con Duran Duran era total y de la jienense sólo pudimos ver medio tema y la despedida. Pero vaya 5 minutos. Un derroche de actitud y energía -aunque en lo estrictamente musical no exactamente lo mío- que hizo mella y me dejó con ganas de mucho más. Seguramente un concierto entero de Zahara se me termine haciendo cuesta arriba, pero la mantendré en mi radar. Por cierto, me chocó ver que todo un Manuel Cabezalí -líder de Havalina, combo que seguí bastante en su día-, es componente de su banda.

Por el contrario, Rigoberta Bandini -tipa culta, pues toma prestado el apellido del anti-héroe de las novelas de John Fante– no me causó el mismo impacto. Cierto que su escenario estaba a rebosar, que los 20 minutos de concierto que estuve allí los malví desde un lateral y que tenía ganas de palique con los colegas, pero todo me pareció muy desnatado comparado con lo de Zahara. Eso sí, durante la canción eurovisiva se vieron más tetas encima y debajo de las tablas que en una gira entera de Steel Panther.

Jack White rockeando duro el Cruïlla

De Jack White en directo tenía un recuerdo inmejorable. Su recital en Razzmatazz presentando «Blunderbuss», el show con la banda íntegramente femenina, es de mis favoritos ever, así que le tenía ganas al -ex de Meg White. No soy un experto en la discografía de White Stripes y tengo algo oxidados sus álbumes en solitario, así que, salvo los singles más evidentes, me costaba discernir si lo que iba interpretando pertenecía a una etapa u otra.

Pero que más daba, aquello fue una mastodóntica jam session dotada del mayor feeling que te puedas imaginar, una concatenación de canción-tras-canción sin apenas pausa donde cada tema mutaba en el siguiente. Seguramente los niveles de toxicidad alcohólica influían de forma decisiva, pero durante muchos instantes mi comunión con Jack era total, me sentía como el quinto miembro de su banda y veía momentos históricos por doquier. Mis compañeros de festival, tan o más achispados que yo en esos instantes, creo que no me llevarán la contraria.

Tonterías mías aparte, no creo que hayas leído crónica negativa del concierto. Estuvo muy muy guapo. Y para mi sorpresa, yo que lo tenía por un tío tirando a frío y hermético, White se mostró eufórico y la mar de comunicativo, arengando a la masa y pidiendo palmas como si fuera una de las estrellas latinas que poblaban la posterior jornada sabatina del Cruïlla.

Salir de la versión móvil