Primera de mis dos visitas programadas a la imperdible muestra de cine fantástico. La mejor del mundo, por muchos motivos, según los que entienden.
Cómo ya he apuntado en otras ocasiones, el efecto colateral de la buena salud del Festival es que muchas veces no puedes ver lo que quieres. Si no formas parte de su engranaje (staff, acreditados, invitados, enchufes y demás), te quedas fuera de las proyecciones estrella. Antes no era así, pero basta de quejas.
Entre las migajas disponibles para el pueblo llano, «Robot Dreams» y «Vincent Doit Mourir» fueron mis elecciones para la jornada dominical.
Parte de la magia de Sitges es que nunca sabes lo que te encontrarás. Todas las sinopsis son muy convincentes y compras el ticket convencido de tu acierto. Pero aquello es una lotería. En los 20 años consecutivos que llevo asistiendo, he visto desde obras maestra del género hasta los peores pestiños que te puedas imaginar. ¡Y todas pintaban igual de bien leyendo la dichosa sinopsis!
El saldo de esta primer tanteo ha sido el siguiente:
«Robot Dreams» – Pablo Berger
«Blancanieves» (2012) -no confundir con la de Disney, aunque también adapta el cuento de los Hermanos Grimm- es uno de los grandes hitos del cine español. Cinta en B/N y muda, se llevó la friolera de 10 Goyas y recuerdo que las críticas fueron buenísimas.
No la he visto, pero soy permeable, así que supuse que si su director, Pablo Berger, había realizado una cinta de animación, mal no podía estar. Además, en su pase por Cannes había gustado mucho.
Y bien, aunque la suya sea una propuesta bastante en las antípodas de lo que circula en el Festival -ya sabes, sangre, higadillos y mala baba generalizada-, también conquistó a la platea sitgetana.
Berger y compañía, presentes en la sala, se llevaron una larguísima ovación al encenderse la luces. «Robot Dreams», basada en el cómic homónimo, con su animación sencilla y diáfana -me recordó a «Futurama»-, su humor blanco y su no excesivo (¿o sí) sentimentalismo, roba el corazón del espectador. Una historia sobre la soledad y la amistad (¿o lo suyo es amor?) tan sencilla como infalible.
8,5/10
«Vincent Doit Mourir» – Stéphan Castang
Vincent debe morir. Cualquiera que se cruce por su camino, en cuanto le mira a los ojos, siente la misma necesidad compulsiva. Ese tío debe ser aniquilado. El pobre Vincent tiene lo tiene crudo. No se sabe porqué, no hay explicación, pero la humanidad quiere acabar con él.
Bonita premisa, ¿verdad? Además, la sinopsis -sí, otra vez- la inscribía dentro la nueva ola del terror francés, esa que ya hace unos lustros nos dio salvajadas imprescindibles como «Haute Tension», «A l’Interieur» o «Martyrs» (si no has vistos esos títulos, corre a por ellos). ¡Como para perdérsela!
La, aproximadamente, primera hora de metraje cumple las expectativas. Adrenalina pura mientras el mundo de Vincent se desmorona. Sin embargo, en su segunda mitad el globo se deshincha y la película va a la deriva. Se nota que, llegado a un punto, estirado el chicle, faltos de ideas y presupuesto, sus creadores ya no sabían que hacer con ella. El protagonista deambula varias veces entre dos puntos, le endosan una relación sentimental artificiosa y poco más. Una lástima.
6/10
Un par de apuntes extra:
1. En los prolegómenos de la proyección de «Vincent», hicieron subir al estrado a Mary Lambert, directora de, entre otras, la saga «Cementerio Viviente» y un par de clips de Mötley Crüe, para entregarle un premio honorífico. Mítica.
2. En uno de los noticiarios que visiona Vincent aparece una tangana brutal durante un partido de fútbol. En los créditos finales indicaron que se trataba de un Bon Pastor vs. Carmel! Todo un clásico marginal de nuestro balompié.