La vida a veces es bella. Tras descubrir y escuchar compulsivamente a The Wild Things durante las primeras semanas de año, a última hora se anunciaba su incorporación como teloneros de Dirty Honey. El atractivo de la gira, ya de por sí gigante para un servidor, subía enteros.
Los londinenses practican un adictivo rock-pop -sí, en ese orden- noventero, muy subido de guitarras, que se ve ensalzado por la magia de la pequeña gran Sydney Rae White. Si Pete Townsed de The Who lleva una temporada encaprichado con ella ellos y está monitorizando su carrera, por algo será.
Quedaba por chequear la asignatura del directo. Y bien, pocas crónicas de la velada leerás donde, a parte de parabienes por el show de Dirty Honey, no se lancen unos cuantos elogios a la actuación de The Wild Things.
Ante una sala ya abarrotada, algo poco habitual en unos teloneros, liderados por esa criatura celestial que tienen por cantante, irresistible enfundada en ese mono tejano Pepe Jeans -a sus pies, Sydney-, y un psicótico guitarrista que parecía un malo de Super Mario Bros (Jackinthebox dixit), los británicos exprimieron a fondo su media horita y sorprendieron a todo quisqui.
Su RN’R luminoso con arrebatos grungie se hubiese convertido en mainstream en 1995. Habrías visto sus clips en los 40 de Canal Plus. Hubiesen ganado y generado pasta. Ahora sólo pido que saquen un par de discos más, con sus correspondientes giras, antes de tirar la toalla.
Lo de Dirty Honey no fue una sorpresa.
Su música enlatada puede gustar más o menos. Algunos les achacan cierta limitación en la tarea compositiva, una carencia de canciones realmente memorables. Algo en lo que puedo estar parcialmente de acuerdo, pues sus trabajos, estando muy bien, no vuelven loco.
Pero era evidente que Dirty Honey iban a dar un show de ensueño. No hacía falta ser un Einstein rockandrollero para saberlo. Son músicos de Serie A con muchas tablas, californianos y tocan hard rock clásico. Y su concierto no iba a ser en un festival a las 3 de la tarde, sino en una sala con 250 fans. Todos los factores apuntaban a la velada para el recuerdo que terminó siendo.
Y esa evidencia se confirmó en el minuto 1 cuando, todo cuero, terciopelo y gafas de sol, Dirty Honey salieron en tromba con «Gipsy».
Hay bandas que se toman los primeros temas de sus shows como un calentamiento, salen fríos y van pillando el tono. Otras salen a 1.000 por hora dispuestas a epatar al respetable desde el primer instante y no bajan revoluciones hasta transcurridas unas canciones. Dirty Honey son de los segundos. De hecho, el único bajoncillo quizás fue lo deslavazada que les quedó la balada «Down The Road». Mientras metieron tralla, aquello fue memorable.
Otro detalle que aprecio: Los angelinos -salvo el batería, obvio- se pasan el concierto en el filo del escenario, lo más cerca del público que les permite la física. Interactuando, ofreciéndose, demostrando un autoestima y una profesionalidad brutales. Por que ahí está, Dirty Honey son profesionales del rock duro americano. Estás viendo the real deal.
Nada que ver con la habitual actuación de banda europea joven, llena de buenas intenciones, pero carente de la «X» en la ecuación. Esos combos con 1 tipo con buen look y el resto con aspecto de camioneros o, peor aún, administrativos. Marc Labelle (voz), John Notto (guitarra) y Justin Smolian (bajo) empatan en carisma y desparpajo. Especialmente los dos últimos, con esa papadita fruto de los excesos (Smolian tiene un aire a John Belushi con peluca), tiene pinta de fer unas fieras fiesteras. Si tuvieran pasta, ríete tú de sus antepasados de Sunset Strip.
Por último, me encantó lo crudos, in your fucking face, que sonaron. Parecía que los altavoces estuvieran escupiendo un bootleg de los Aerosmith del ’77.