¿Cuál es la duración idónea de un concierto? Podríamos decir que el estándar, al menos en los últimos 20 años, está situado en la hora y media. Si el artista no llega, está racaneando. Si la sobrepasa, se está regalando.
Aunque todo depende. Las bandas de estadio, las de verdad -de las fake como RHCP no esperes más de 90 minutos-, por norma, superan las 2 horas. La majestuosidad del recinto, el coste de la entrada, el ego de los músicos … muchos factores que garantizan un recital largo. Ahí quedan, por ejemplo, los habituales conciertos de 3 (¿excesivas?) horas o más de Guns N’ Roses o Bruce Springsteen.
Por el contrario, en determinados géneros extremos, forzosamente, la duración del show debe ser inferior. Conciertos de club en los que el derroche físico de banda y público obliga, por motivos de salud, a limitar su duración. Ni arriba ni abajo del escenario aguantarían la hora y media. Además, los repertorios, basados en temas de 1 minuto y pico, tampoco dan para alargarse demasiado.
Sirva esta intro de pacotilla para dejar patente que -más o menos- sabíamos a lo que íbamos. No esperábamos que una velada de hardcore, con un cabeza de cartel que únicamente tiene publicados 36 minutos de música enlatada, se alargara hasta la media noche, pero coño, que Scowl sólo estuvieron media hora encima de la tablas.
Sí, lees bien, un concierto de 30 minutos. Mi record Guinness personal de concierto breve. Hasta las teloneras, las combativas peruanas de Tomar Control, tocaron más rato. Hasta los grupillos de mi clase de BUP tocaban más rato.
Cierto que es que esa media hora fue delicatessen. Con una hiperactiva Kat Moss que no decepciona en cuanto a belleza y fiereza -es curioso como sigue siendo super sexy y pizpireta mientras mete la voz monstruosa en los temas burros- y una banda solidísima cubriéndole las espaldas, aquello fue un rodillo.
Sirvieron también esos dos cuartos de hora para dejar patente que, aunque Scowl molan en su faceta cafre, donde realmente brillan es en su -cada vez más marcada- cara melódico-rockera.
Con una frontwoman tan espectacular y ese talento para componer temas catchy, si van arrinconando la guturalidad tienen un porvenir espléndido (siendo «nadie» ya agotaron el papel de Razz 3).
No en vano, la irresistible «Psychic Dance Routine» -la canción más accesible de su repertorio- y la groovie versión del «99 Red Balloons» de Nena fueron los temas más celebrados por un público que sí, que se dejaba la piel en mosh pits, stage diving y demás, pero que sabe apreciar la calité.
Público que, por cierto, no protestó cuando Scowl, tras esa media hora, recogían los bártulos ante la incredulidad de un servidor. ¿Te imaginas que pasaría si, por ejemplo, Electric Mary terminan el show a los 30 minutos en su próxima gira hispana de septiembre?