Martes 29 de julio – New Orleans & Cajún Country
Ya amanecía cuando entramos en el lujoso (aunque tirado de precio) hotel del dowtown de Nueva Orleans. Tras una noche tan larga, la lógica humana dictaba reposo hasta bien entrado el mediodía.
Pero el viaje de pirados no estaba hecho para remolones. Tras dos horitas escasas de descanso, ya estábamos de nuevo pateando las calles nuestra anfitriona. El Barrio Francés bien merecía una visita diurna. Cuenta con una arquitectura colonial preciosa, que contrasta con los chillones neones de los antros de perdición ubicados en los bajos de sus edificios. Como no, a las 10 de la mañana, la mayoría de locales ya estaban en funcionamiento.
Tras la pertinente foto con la estatua de Fats Domino, dirigimos nuestro Chrysler al Sant Louis Cemetery Nº1, situado en el chunguísimo barrio de Treme. Sus desoladas calles no parecían un sitio recomendable para dejar el coche, pero para nuestra «tranquilidad», un colgado que había estado controlando nuestros movimientos, gritó desde su ventana «No os preocupéis, yo os lo vigilo!». No se que era peor.
Fundado en 1789, en ese camposanto se encuentran las tumbas más antiguas de la ciudad. Y por el aspecto ruinoso del mismo, no parece haber sido objeto de demasiados cuidados desde su inauguración! Fuera coñas, el conjunto es sobrecogedor. No pasaría una noche entre sus muros. De visita obligada para los fans de la peli «Easy Rider», ya que el cuelgue de ácido de Fonda y compañía se rodó allí.
Por cierto, al regresar, el coche seguía intacto. Buen trabajo vigilante! El siguiente objetivo se centraba en visitar una de las múltiples plantaciones esclavistas que surgieran como setas a mediados del S.XIX a riberas del Mississippi. A pocos kilómetros de la ciudad, y bañada por las aguas del legendario río, se encuentra la preciosa Oak Alley Plantation.
Propiedad centrada en el cultivo de la caña de azúcar, cuenta con la clásica blanquísima mansión, de la que una amable señorita sureña nos mostró todos sus secretos. Parece ser que ahí se rodó parte de «Entrevista con el vampiro». Eso si, sobre su pasado negrero pasan de puntillas, como si fuese una simple anécdota! Visita aparte, el restaurante de la plantación era el lugar escogido para degustar la afamada comida cajún. No pude probar mi deseado jambalaya (la paella de los rednecks), pero si una buena ración de gumbo (la sopa de los rednecks) y otra de alligator frito … delicioso!
El Cajún Country era la última misión del día. Región de Lousiana cercana a la frontera con Texas, está habitada por la comunidad francófona más grande de USA. Los cajún son los descendientes de franceses de Acadia (Canadá) expulsados de su hogar por las tropas británicas en el S.XIX. En su éxodo, encontraron su nueva Acadia particular en esa zona pantanosa, fundando asentamientos que todavía hoy perduran.
Si el sur de EEUU ya es remoto de por sí, ni os podéis imaginar lo apartada del mundo que está la Louisiana rural. Toda una experiencia visitar diminutos pueblecitos como Point Breaux (la capital mundial del cangrejo de río) o Saint Martinville (donde pudimos degustar unas cervezas al son del «zydeco», curiosa música local mezcla de soul y ritmos festivos de la vieja Europa), donde el tiempo, definitivamente, como el agua de sus bayous, anda muuuuuy despacio. Según Ernest, «esta gente ha descubierto el secreto de la verdadera felicidad, la Acadia Feliz«. Discutible. Un saludo para la parroquiana del bar de Saint Martinville, quien al descubrir que éramos españoles, se despidió sonriente con un «Ciao!«, ufana de sus conocimientos de castellano. Cualquiera le da un chasco…
Lafayette, capital regional, fue la ciudad escogida para darnos merecido descanso nocturno. Como había sueño, nos metimos en el primer motel que vimos. Nos pareció raro que el recepcionista se cerrase con llave al ver que nos carcabossos a su oficina, atendiéndonos a través de una ventanilla blindada.
Mientras aún nos preguntábamos eso de «Tan mala pinta tenemos?» y observábamos a los variopintos personajes que merodeaban la zona, abrimos la puerta de la habitación y… SORPRESA! Unas quince cucarachas campaban alegres por las paredes. Como somos tipos duros, nos descalzamos y a matar bichos. Completada la aniquilación, alguien dio una patada a la estructura de una cama. ¿Resultado? Otra docena de insectos salieron indignados ante tal alboroto.
Decidimos volver a recepción: O nos cambiaban de habitación o nos pirábamos de allí. Por el camino nos encontramos a Ernest, quien se había quedado fuera de la habitación fumando un pitillo. «Han venido unos tipos muy raros pidiéndome algo que no he entendido» nos comentó. Tan sólo vernos, antes de que nos diese tiempo a abrir la boca, el recepcionista nos pidió la llave y nos entregó un recibo de devolución de la pasta. Surrealista!
Pronto caímos en la cuenta. Ese era el motel donde los cajuns crack-heads de Lafayette iban a pillar material y de paso colocarse. Por supuesto, les importaba una mierda la limpieza de la habitación. El tipo de recepción enseguida vio que no éramos el prototipo de cliente habitual, así que dejó preparadita la documentación del check out, consciente de que en menos de 10 minutos volveríamos con las maletas en la mano! Parece que también existe una Acadia infeliz…